miércoles, 27 de marzo de 2024

PÁJARO: UN VISIONARIO DE GRAN PODER

 

Sala Azkena, Bilbao

 

Pocos artistas pueden presumir de haber logrado un universo único e inimitable en apenas tres discos. Lo que otros tardarían incluso una vida entera, Andrés Herrera lo ha conseguido en una trilogía que espera con ansia una continuación. Una vasta explanada donde cabe la herencia flamenca propia del sur, el swing, el blues, el rock n’ roll primigenio, las melodías spaghetti western en la estela del maestro Ennio Morricone que ponen piel de gallina o los versos de Alberti o San Juan de la Cruz. Ahí es nada.

 


La esencia de Pájaro siempre estuvo en romper moldes en diferentes direcciones, por eso no extraña que sus tres trabajos publicados hasta el momento sean cada uno de su padre y de su madre, como se suele decir. Y como es habitual en la mayoría de obras maestras, existen rasgos comunes que unifican la trilogía y la elevan hasta los altares de la música en castellano. Y según manda la tradición, sus shows tampoco es que muevan descomunales masas, aunque su culto se va incrementando con pasos pequeños, pero decididos. Porque si algo queda claro es que el que acude a un concierto de Pájaro, lo más normal del mundo es que repita. Un servidor, acostumbrado a ver artistas patrios e internacionales indistintamente, diría que el descomunal talento que exhiben en las distancias cortas entraría entre lo mejor que se puede contemplar hoy en día sobre un escenario.

Que Andrés Herrera y compañía han acudido ya unas cuantas veces al País Vasco, ya sea con banda o sin ella, seguramente ha posibilitado que se extienda la palabra por el método más efectivo del mundo, el boca a boca. De esta forma, la bilbaína sala Azkena lució un aspecto concurrido, pero no agobiante hasta el punto de no poder moverse. La cantidad exacta para montar una buena gresca.

 

Había además expectación, pues ver a Pájaro con banda al completo por estos lares tampoco resultaba tan habitual, algo que cobraría especial relevancia en las piezas instrumentales spaghetti western, que bordaron con una precisión como pocas veces les he visto. El colega Carlos Benito, que acudía a un concierto suyo por primera vez, acabó extasiado y considerándoles una de las grandes maravillas de nuestro tiempo. Y no le faltaba razón, oficiar a ese nivel sí que constituía desde luego una rara avis.

Nada más salir a escena, nos sorprendió lo delgado que se había quedado Andrés, probablemente a consecuencia de los problemas de salud que había padecido en los últimos tiempos, pero las capacidades del maestro seguían intactas. Lo demostró desde el comienzo en piezas del estilo de “Lágrimas de plata” o la inmensa “Sagrario y Sacramento”, puntas de lanza de un material que se crece en las distancias cortas.

 

No dudó en calificar a Bilbao como “su segunda casa”, a pesar de que quizás no estuvo tan dicharachero como en otras ocasiones, aunque el gracejo propio de su tierra continuaba muy presente. Señalar además que la experiencia de verle solo con su inseparable guitarrista Raúl, otro musicazo como la copa de un pino, a hacerlo con un grupo al completo cambia casi de forma radical, sobre todo en los cortes instrumentales, ya lo hemos dicho.

“Tres pasos al cielo” engrandeció todavía más la velada por su versatilidad, había de todo, desde composiciones románticas como la que nos ocupaba hasta esas delicatesen en las que la banda en su integridad se lucía como nunca. 

 

La conciencia libertaria de Andrés sobresalió cuando dedicó un tema “a todas las personas buenas de corazón, menos a los fachas” y “Viene con Mei” incrementó las ganas de bailotear, o por lo menos mover ligeramente la pierna, en el recinto. Como ya estaba anunciado, hubo también espacio para canciones nuevas, entre ellas podríamos destacar una con un marcado aire a The Cramps.

El cantante y guitarrista deseó que la peña se llevara todo el merchandising, nosotros contribuimos pillando el libro, puesto que los discos ya los teníamos. “Corre chacal corre” fue otro de los instantes memorables del show, pues verles interpretar una instrumental era un deleite supremo. Para cerrar los ojos, tomarse un lingotazo y disfrutar de ese glorioso espectáculo sonoro sin parangón.

 

“Luces rojas” era otra impecable muestra de apertura de miras al fundir rockabilly con spaghetti western y unas estrofas de corte mesiánico que se clavaban en las entrañas. Con semejante corte dejaron el pabellón por las nubes, pero no tardarían en regresar dando protagonismo de nuevo a la trompeta en “Apocalipsis”, una nueva bañada instrumental para montarles un monumento como poco, el fragmento del silbido fue una puerta abierta a otra dimensión. Árida y desértica, eso sí.

Y sin que se les vieran las costuras, la cosa acabó cristalizando en “A galopar”, histórico himno de la lucha antifascista que en la voz de Andrés resuena con toda la dignidad necesaria que un tema con versos de Rafael Alberti requiere. Su versión se encuentra muy alejada de la tradicional de Paco Ibáñez que la mayoría conoce, pues incorpora trompeta y típicas melodías de western que engrandecen todavía más el resultado final.

Si existiera justicia en este mundo, estos tipos deberían estar llenando estadios o pabellones, pero nos agradó comprobar que no éramos el único que pensaba que un espectáculo de semejante magnitud no se observaba todos los días. Deseando que nos vuelva a visitar con disco nuevo bajo el brazo este hidalgo contemporáneo de triste figura, un visionario de gran poder, un poder tan descomunal como géneros abarca su música.

viernes, 23 de febrero de 2024

FREEDONIA: EL PODER DE TODO UN COLECTIVO

 

Kafe Antzokia, Bilbao

 

Siempre hubo grupos que eran algo más aparte de la música. Lejos del alarmante funcionariado presente en algunos estilos, todavía resisten cruzados culturales que siguen empeñados en la idea contracorriente de hacer las cosas de otro modo posible. Reivindicar esos valores que nos elevan como seres humanos y nos distinguen de las simples bestias o borregos temerosos de abandonar el rebaño.

 

No creo que existan demasiadas formaciones patrias que se definan como “asociación cultural sin ánimo de lucro”, gestionen sus propias giras y encima puedan presumir de haber autoeditado cuatro discos íntegramente financiados por el público. Todo un rotundo manifiesto de libertad creativa al margen de ataduras y presiones de la industria.

De un tiempo a esta parte las visitas de este colectivo a la capital vizcaína han sido frecuentes, salvo por el parón inevitable de la pandemia. Podría decirse que se habían trabajado el terreno casi quizás tanto como Sex Museum, con esa tradición no escrita de tocar en Bilbao en Semana Santa la mayoría de los años. Tal vez en un futuro no lejano disfruten de una costumbre tan arraigada entre el rockerío y los melómanos locales.

A pesar de que muchos identifiquen a Freedonia con el soul, en realidad son bastante más que eso, pues se acercan a una especie de compendio de todo lo que llamaríamos “música negra”, esto es, blues, funk, góspel, rock n’ roll primigenio y demás. El variopinto respetable en el que se podían ver camisetas de Burning revelaba que su rollo no resultaba para nada adecuado para mentes cuadriculadas.

Según marcaba la tradición, irrumpieron en escena los instrumentistas, con la sección de vientos destacando, antes de que apareciera su vocalista en plan diva. Tuvieron tiempo de bromear asegurando que se les había olvidado el “autotune” y por eso venían tantos desde el foro. Desde luego, no todos los días había ocasión de contemplar a diez tipos sobre las tablas.

“Conciencia” elevó de inmediato la temperatura con una frontwoman con chorro de voz espectacular, de esos que ponen piel de gallina casi en cada entonación. Música de calidad desde cualquier prisma posible. Era ya la tercera o cuarta vez que coincidíamos con este peculiar colectivo y sabíamos que no saldríamos de allí defraudados ni por asomo.

Por culpa de la dichosa pandemia, no habían presentado su último larga duración ‘Conciencia’, así que se tornaba buena ocasión para saldar la deuda. Una voluntad que se acogió con los brazos abiertos con temazos tan consistentes como la pieza homónima ya mencionada o esa no menos soberbia “Claiming For Sanity”.

Ahí el talento desataba el entusiasmo del personal, por algo se aplaudieron a rabiar los alardes vocales, pero también hubo palabras que incitaban a “romper la pista”. En un momento se podía pasar de un soul de altura como “Dreaming of You” a un blues de copa y puro del calibre de “Love of Liars” o un tema no menos evocador como “Good Things Together”. Los cuatro álbumes que poseen en la actualidad les permiten configurar un repertorio muy dinámico y encima de una brillantez absoluta. Para no aburrirse ni un momento.

La vocalista recordó la peripecia de sus padres al venir a Europa a buscar “una vida mejor” antes de una emocionante “Voices for Hope”. Más sentimientos a flor de piel con un blues tan intenso que desencadenó gritos de “¡Wow!” por doquier, aunque fuera un tanto deslucido por el cotorreo incesante de la parte trasera del Antzoki. Los típicos irrespetuosos de cada concierto. Esa noche, por desgracia, tampoco faltaron.

Incluyeron como primicia un tema que estaba a punto de ser publicado y siguieron dando cancha a ‘Conciencia’ con “A Birds Tale”, otra maravilla para degustar. Y si durante la velada había palmas, algo que condenaríamos en contextos diferentes, no se trataba ni de lejos de ese gesto verbenero con el que nos suelen agasajar algunos grupos para perder el tiempo, surgían de manera espontánea, a consecuencia del puro ritmo de la canción. ¿Existe acaso una forma superior de sinceridad?

“Re-Evolution” supuso otra oportunidad de lucimiento para los vientos, inmensos durante el recital, y también valió para que la vocalista se ausentara un rato. Era comprensible, interpretar a un nivel tan excelso debe resultar agotador. La instrumental “Shenobi” tomó el testigo y dividió de esta manera en dos el show, descubriendo la faceta más jazzística, e incluso progresiva, de la banda. No cabía otra que maravillarse una vez más.

“The Fear Is Gone” implicó el regreso de la cantante, pero iba a ser tocando la fibra sensible, por supuesto. Aprovecharon el subidón con su reciente single “Cheap Love”, que desató palmas no verbeneras. “Working Class”, con su aire blaxploitation, estuvo del mismo modo bien tirado y provocó el bailoteo esperado.

La sala estaba abarrotada y la muchedumbre respondía, por lo que parecía natural alabar al público y la cantante hasta afirmó que se llevaría a todos a su casa. Así de profundo resultó el intercambio producido entre artistas y fieles. 

“Shake Your Body” se acercó a un combo tan incendiario como The Bellrays y les quedó tan niquelada que los gritos de “beste bat” se tornaron abrumadores.

Faltaba finiquitar con un soul de tantos quilates como “Dignity and Freedom”, seguramente de lo mejor de su repertorio, y “Heaven Bells”, otro blues de los que tiemblan hasta las canillas de su debut homónimo de 2012, casi nada. Imposible terminar con mayor clase.

Aquellos a los que les guste la música con calidad al margen de etiquetas o géneros que todavía no conozcan a Freedonia realmente están perdiendo el tiempo y quizás hasta la vida. Basta acudir a cualquier directo suyo para salir poniéndolos por las nubes y certificar que lo suyo es más que simples canciones. Es el poder de todo un colectivo.

jueves, 1 de febrero de 2024

AIRU: ARTISTAS DE NUESTRO TIEMPO

 

Kafe Antzokia, Bilbao

 Hay sitios en los que uno entra y siente de inmediato que se trata de un concierto de jóvenes. Aunque esto pueda sonar un poco a abuelo, lo cierto es que frente a los que piensan que las nuevas generaciones han olvidado la música en directo existe un conjunto de grupos determinados cuyo público está compuesto por veinteañeros o treintañeros que hace tiempo se labraron una escena con múltiples ramificaciones. 



Al hilo del vendaval indie de Belako podríamos situar a Airu, que en un inicio comenzó como proyecto independiente de Irune Vega y acabó posteriormente como formación con todas las de la ley a cuatro bandas. Quizás por este motivo se pudo ver por el abarrotado piso superior del bilbaíno Kafe Antzokia camisetas de Vulk y otros detalles que indicaban que se trataba de un evento del gusto de esa generación rompedora que también incluye grupos como La Plata o La Trinidad a nivel peninsular.

Vale que los bolos a los que últimamente acudimos suelen estar a reventar, pero no esperábamos ni de lejos que agotara entradas un grupo relativamente joven que apenas nació en 2018. Toda una gesta que conviene destacar, pues no resulta nada habitual haber conseguido en tiempo récord una legión de fieles tan considerable. 


Nos parece recordar que coincidimos previamente con Airu en algún showcase de alguna reciente feria del BIME, y puesto que las memorias no se tornaban desagradables, optamos por acudir a la presentación del álbum ‘Con lo bueno y con pena’, un primer larga duración en el que intentan despegarse de la etiqueta que les persigue de dream pop.

Establecieron las coordenadas con el indie pop lánguido de “Me sabe casi igual” y se movieron del mismo modo por la melancolía de “Y hasta aquí”. Pese a que su rollo no sea para montar pogos, la verdad es que la mayoría del personal estuvo muy receptivo a la propuesta sosegada y contenida de la velada.


“Es por tu bien” remitía lejanamente a combos tipo The Smiths o The Drums en lo instrumental, mientras que la voz de Irune provocaba que vinieran a la cabeza artistas como Cat Power o Lana del Rey, entre otras divas. Por gustos personales, eché de menos algún arrebato más rockero, aunque éramos plenamente conscientes de lo que íbamos a contemplar.

En este sentido, lo que quedaba claro es que, a pesar de su palo reposado, valentía no le faltaba a Irune para atreverse, por ejemplo, a interpretar alguna pieza en solitario en el escenario. Sin trampa ni cartón. Pensábamos que pillar el punto a un repertorio tan melancólico se convertiría en algo cuesta arriba en determinados momentos, pero la cita gozó de bastante dinamismo, dada la coyuntura.

 

Hubo incluso homenaje a compañeros de generación en “Anegauta” de TOC, una versión que llevaron con soltura a su terreno mientras definían a los de Mungia como “un grupazo increíble”. Y “Bailar sobre mi espalda” confirmaba esa evolución hacia terrenos más electrónicos de su trabajo más reciente que además otorgaba cierta vidilla a su directo.

Irune mencionó la cantidad de caras conocidas que veía por la sala, pero también se acordó de los desconocidos, una situación que le imponía. Pero, como hemos dicho, configuraron bien el show, por lo que al aburrimiento ni se le esperaba. La colaboración de Jon de Txopet para “Voy tan deprisa” volvió a introducir tanto variedad como dinamismo a un recital con remansos oníricos, pero también piezas que incitaban a moverse, por lo menos ligeramente. Este último tema sí que era en plan The Smiths total, en especial la guitarra.


No había tampoco un catálogo descomunal de canciones, algo que suele ser lo habitual en el piso superior del Antzoki, por lo que enfilaron la recta final con “¿Qué es lo que sabes de mí?”, un corte tranquilito, más bien para flotar que para desfasar, pero que en las distancias cortas lo transforman en algo especial al preguntar al público dos preguntas inusuales como las que se pueden escuchar en la versión en estudio.

En este caso, fueron cosas tan surrealistas como decir “Te quiero” cada vez que alguien diga “¿Qué?” o acurrucarse en los brazos del que diga “Sí o no”. Difícil elección.


Anunciaron además su inclusión en el cartel del próximo Bilbao BBK Live y se escucharon por ahí gritos de “¡Kobeta Queen!”, el subidón perfecto antes de “Coloco los pies”, todo un temón para darlo todo. Y sin desperdiciar el ímpetu generado, “Verte de espaldas” contó con la colaboración del “culo” que aparece en el videoclip de la canción y que fue recibido al final con irrintzis replicados por doquier

Había sido breve, sí, pero mucho más entretenido de lo que imaginábamos, una simple muestra para sumergirse en el universo único de unos artistas de nuestro tiempo que miran hacia el futuro y podrían englobarse en ese movimiento generacional de tantas aristas que lleva ya unos años sacudiendo la península. Será interesante observar la evolución que acaban de iniciar.

lunes, 29 de enero de 2024

FIESTA HOMENAJE DECADENCIA CORPORAL CON SERES DE LA CHARCA, ARANA O THE IRON NEED: HISTORIA DE UN SUEÑO

 

Sala Rocket, Bilbao

 

Nunca está mal tener ambiciones. A pesar de que impere en la sociedad el comportamiento gregario y borreguil hasta la médula, siempre habrá que alabar a aquellos espíritus libres que optan por avanzar a contracorriente y no se mueven en base al dinero u otros vulgares valores porque su recompensa se encuentra por encima de lo material, en un lugar reservado para una verdadera aristocracia intelectual que no restriega a los demás su infinita sabiduría, sino que la comparte con todos. Como en una alegre y fraternal comuna.

The Iron Need
 

Al igual que el activista Martin Luther King, el bilbaíno Iñaki Gallardo tenía un sueño. Y ese era montar un sello discográfico, una idea que se remontaba a mediados de los noventa y que entonces no pudo lograr por falta de apoyo. Pero décadas después, el panorama cambió por completo, y ya en 2021 pudo sacar a la luz la primera referencia de Decadencia Corporal, audaz discográfica que evocaba el arrojo de un icono tan influyente todavía hoy en día como Eduardo Benavente de Parálisis Permanente.

Para celebrar el tercer aniversario de esta verdadera aventura de riesgo se eligió la bilbaína sala Rocket, una cita que al final contó con una afluencia más que reseñable dada la abundancia de oferta cultural casi cada fin de semana. Muchos habituales del rockerío de la zona se pudieron ver durante la velada y debido al formato de actuaciones cortas el evento no se hizo cargante en ningún momento, con una versatilidad como pocas veces hemos contemplado y que además sirvió para homenajear a Cancer Moon, una de las referencias más vanguardistas de la escena local.

Seres de la Charca
 

En este sentido, los showcases comenzaron con Seres de la Charca, banda que pivotaba en torno a las hermanas Fernández Bustamante, que grabaron una demo allá por 1994 y Decadencia Corporal se encargó de rescatar del olvido. En la actualidad, únicamente Aparición se ocupa de defender el legado en directo, y por los nervios que le suelen atacar a esta señora, se nota que no es una situación a la que esté habituada. Pero por las inmensas ganas que le echaba, se le podrían perdonar todos los defectos. Pocas veces se nos ofrece a escasos metros una actuación tan sincera, a pelo, sin ningún atisbo de pretenciosidad. Lástima que las cotorras de cerca de la barra no tuvieran ni un mínimo de educación.

Tomó el relevo Cannibal Haze, proyecto personal de Txago (Low Life Empire, Cancer Moon Onplugged) cuya reválida está a punto de aparecer en Decadencia Corporal. Se trató también de una actuación de carácter intimista en la que hubo espacio hasta para un tema compuesto hace escasos días como “Nobody Knows”. Un agradable entremés que no nos cambió la vida, pero que por lo menos entretuvo.

Arana
 

Entre grupo y grupo ejerció de maestro de ceremonias Josetxo Río Rojo, que fue sazonando la noche con diferentes datos y anécdotas. Y todo no se centró en conciertos, puesto que también hubo momento para la visualización de un videoclip de Silver Surfing Machine y hasta una breve presentación de Arana, que también estuvieron presentes en la velada desgranando en su integridad su reciente EP ‘Voces que susurran’.

Este grupo compuesto por veteranos de formaciones como Cancer Moon, Cujo o Basurita tal vez no haga la música más animada del mundo para un viernes, pero agradaba su poso doliente en la escuela de Mark Lanegan o los getxotarras McEnroe, sin olvidarse de un reconocible aroma Lou Reed o The Velvet Underground. Para sibaritas de las melodías profundas.

La Paramera
 

Pero no nos olvidemos que antes también se subieron a las tablas La Paramera, otra de las más inminentes referencias de Decadencia Corporal, que actuaron con batería pregrabada, lo cual restó un ápice de frescura a un showcase que al final resultó entretenido gracias a piezas tan convincentes como “Imperio de papel” o “Guerra cultural”, entre otras. Muy decentes, sí señor.

Y The Iron Need pusieron la guinda en el pastel presentando el casete ‘Useless Alchemy’, en homenaje a Jon Zamarripa de Cancer Moon. De hecho, de esta última banda sonó un salvaje “Solution” que fue de lo mejor de la velada. No sería esa tampoco la única versión de la noche, pues también se reservó hueco para “Wild World”, esa revisión de Nick Cave grabada para una compañía mexicana que no llegó a ver la luz en su día, o para “Escucha el silencio” de Los Extraños/ Los Raros, una delicatesen del underground bilbaíno.

The Iron Need
 

No podría fallar en las distancias cortas todo un supergrupo con gente vinculada a El Inquilino Comunista, M.C.D. o los omnipresentes Cancer Moon, entre muchos otros proyectos. Para dotar de carácter todavía más especial a la actuación, finalizaron con “What Goes On” de The Velvet Underground, con Alfonso Arana y Txago de Cannibal Haze compartiendo tareas vocales. El epílogo perfecto.

Tres horas, en definitiva, que se pasaron casi como si fueran cinco minutos gracias a un dinámico guión planteado en el que pocas cosas se fueron de las manos. Aunque si se producía algún pequeño fallo, daba absolutamente igual, no era lo prioritario de la jornada. Estábamos ahí para celebrar la historia de un sueño. Con final feliz.