jueves, 26 de mayo de 2016

NIÑA COYOTE ETA CHICO TORNADO: MIRADAS FELINAS



Kafe Antzokia, Bilbao

La compenetración total existe. Esa sensación de pensar lo mismo al unísono, casi como de conexión cósmica y que se suele dar una vez cada año bisiesto. Alguna vez la hemos experimentado incluso y al principio no te lo crees, parece que te están tomando el pelo, pero se trata de una realidad tangible, por muchas cualidades mágicas que posea. Lástima que a veces en el momento menos esperado te pinchen el globito y todo quede reducido a una gran broma final, como diría el maestro Nacho Vegas.

Todas esas cualidades comparte el dúo Niña Coyote eta Chico Tornado, basta fijarse en esa inefable complicidad que se gastan en las distancias cortas, dos cuerpos hechos el uno para el otro, el yin y el yang, la pregunta y la respuesta, el asalto y la defensa, una coalición de talentos que golpea con unanimidad y ante la que no cabe recurso posible. Hasta fueron pioneros al apostar por este formato de pareja minimalista, una auténtica rareza en el panorama hace unos añitos, por más que hoy en día sea algo completamente normalizado.

Miradas que matan...y aman.
 Ya habían reventado el Antzoki bilbaíno en aquella descomunal gira que compartieron junto a Belako y Cápsula, por lo que cabría esperar que la presentación de su último esfuerzo ‘Eate’ suscitara otra afluencia más que considerable. Pero en esto de la asistencia a conciertos casi nunca dos y dos son cuatro y a veces se antoja algo tan aleatorio y poco previsible como el horóscopo o cualquier superchería similar.

Por eso mismo extrañó encontrarnos un ambiente tan desangelado a primera hora, aunque posteriormente el personal fuera uniéndose gota a gota a esta nueva conjuración de la tormenta. En un palo bastante diferente a la tónica de la velada, el también dúo holandés Blackbox Red exhibió cierta garra en su condición de entremés, pese a que su rollo estuviera más cercano al ruido blanco de Sonic Youth o The Jesus & Mary Chain. Quizás su nostalgia indie no fuera plato para todos los gustos, pero de actitud andaban sobrados, con la rubiales de su vocalista rasgando la guitarra y agitando la melena como poseída mientras un animal a la batería le daba la réplica. Molaron, aunque en este estilo los locales Yellow Big Machine les den millones de vueltas.

Blackbox Red en pleno éxtasis ruidoso.
 La fuerza de la naturaleza desbocada a la que rinden tributo Niña Coyote eta Chico Tornado se materializó de un porrazo con el poso stoner de “Diana & Sebastian”, enérgica pieza que abre su reciente plástico. Y se levantaron vientos sofocantes con “Desert Tornado”, a la par que nos introducían en esa suerte de viaje cósmico en el que se convierten sus temas instrumentales. No costó demasiado a la congregación meterse en faena, pues enseguida muchos comenzaron a mover la cabeza en señal de aprobación.

“Magic Edo” supone un nuevo descenso a los infiernos de los fumetas y en la monumental “Gimme Danger” de Iggy Pop & The Stooges demostraron que no tienen problemas en ralentizar el paso sin dejarse la intensidad por el camino, impresionante. Menos mal que cuentan con pequeñas píldoras sonoras a modo de avituallamiento para ir cogiendo fuerzas, aunque eso tampoco implica que sus cortes instrumentales sean un remanso de paz, en determinadas situaciones sobran las palabras.


Otro de los picos de la noche se alcanzó con su revisión vitaminada del “Foxy Lady” de Hendrix , definitivamente saben pillar a las versiones el punto adecuado de cocción, ni meras copias de las originales ni un engendro irreconocible por completo. Al dente.

Escuchando la música, el olor a azufre sobrevolaba el ambiente y alguno hasta exclamó “Parece que va a salir Satanás”. Y es que su pose podría imponer un poco, tal vez por eso el personal guardó sin que nadie se lo pidiera un perímetro de seguridad y el propio Koldo tuvo que pedir a los fieles que se acercaran. La verdad es que la autorregulación espontánea es algo que siempre da muy mal rollo, igual que los políticamente correctos que se autocensuran sin ningún pudor.


Andaba por ahí a escasos metros del escenario el Neil Young vasco Joseba B. Lenoir, que colabora en el álbum en “Flor de la muerte”, por lo que no se hubiera entendido que no se animara a subirse a las tablas. Y la experiencia fue estremecedora, con ambos guitarras mano a mano marcándose un punteo de intensidad estratosférica. Puestos a pedir, echamos en en falta a algún miembro de Belako en el cañonazo “Ariñau”, que en el disco cuenta con la bajista Lore desgañitándose.

Casi sin enterarnos llegamos a los bises con el par de piezas del debut “Stuka” y “Hotsa”, en las que afloró más que nunca esa conexión animal entre Koldo y Úrsula, acercándose casi hasta el límite de tocarse y dejando una sensación idéntica a esas escenas cinematográficas en las que los protagonistas se animan a lanzarse y justo en ese momento una mosca o cualquier otro sujeto molesto cortan de inmediato el rollo. 


Finalizaron  el ritual con tambores apocalípticos que la peña recibió con desbordantes salvas de aplausos y “Lainoa” con ese riff rotundo se asemejó a una disección en toda regla, una operación a corazón abierto de la que uno vuelve totalmente rejuvenecido. Un chupito de licor que se desliza suavemente por el esófago hasta llegar al estómago y provocar cierta quemazón.

Un recital en el que certificaron de nuevo su tremenda fortaleza en directo y que les consolida a un nivel que ya quisieran muchos grupos guiris. No hay que menospreciar el poder abrumador de una mirada que puede volverte vulnerable o desarmarte por completo. Miradas felinas desde la sabana africana de esas de las que sacuden entrañas.

TEXTO: ALFREDO VILLAESCUSA
FOTOS: MARINA ROUAN


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