martes, 31 de enero de 2017

THE WAVE PICTURES: TERAPIA DE CIGARRILLOS



Kafe Antzokia, Bilbao

Hoy en día cualquiera va de alternativo, indie o cómo diantres quiera llamar uno a esa estúpida manía de sentirse especial, por un lado, pero luego comulgar con los gustos aborregados de la mayoría de tapadillo. Nunca desaprovecharemos la mínima ocasión para denunciar ese postureo tan habitual que parece casi moneda de cambio imprescindible para moverse en la contemporaneidad.

Porque no son pocas las bandas que se vanaglorian de dirigirse a exquisitas minorías, pero luego firman contratos con multinacionales y su pose de divos absolutos resta credibilidad por completo a cualquier tipo de mensaje que se trate de transmitir. Ya en el advenimiento del movimiento punk se distinguía entre los macarras de postín criados entre algodones procedentes del entorno universitario y los auténticos discípulos nihilistas, currelas bregados en los bajos fondos como Mark E. Smith de The Fall, que dejaron la escuela a los 19 años y renegaban de cualquier atisbo cultureta.


Un poco de ambas vertientes poseen los también británicos The Wave Pictures, que funden las dos tradiciones y sirven además de puente en términos musicales entre EE UU y Reino Unido al evocar lo mismo a The Smiths o Dr. Feelgood que a The Velvet Underground o al influyente Jonathan Richman. Todo ello aderezado de una frenética actividad en estudio que les lleva a acumular varios discos al año y convertirse en una rara avis en un panorama musical plagado de vagos redomados que se tiran casi un lustro para sacar algo decente.

Tal vez por su reputación de grupo de culto, lo cierto es que estos londinenses de adopción consiguieron congregar en el piso superior del Kafe Antzoki a una nutrida multitud de peña sofisticada, alguna chica con sombrero y una ingente masa puretil que parecía conocer al dedillo su discografía. De vez en cuando se veían por ahí abducciones mentales con determinados punteos y hasta una especie de fiestón íntimo al lado del escenario.


Hay que reconocer que eran simpáticos los chavales de The Wave Pictures, con ese punto entrañable de unos Erasmus recién llegados y que adoptarías instantáneamente por su pinta de pardillos. Por eso nos agasajaron solo con sus voces a capella en “Sweetheart” antes de remontarse casi una década atrás con “Just Like A Drummer” y retomar el pulso reciente con la homónima “Great Big Flamingo Burning Moon”.

Nos agradó el aire lánguido a lo The Smiths de “Better To Be Loved”, de hecho, su vocalista y guitarra David Tattersall ha sido comparado con Morrissey por su habilidad para conjugar lo ridículo con lo sublime. Y en “Now I Want To Hoover My Brain Clean” se sumergieron en los sonidos más blueseros y demostraron su absoluta competencia en dicho terreno con unos punteos de impresión. Se les notaba un rodamiento en escena apabullante.


Llevaban con ellos a una suerte de percusionista que bebía copas de vino y que bien podría tratarse del típico colega fumado con un inmenso mundo interior porque lo mismo se sentaba al fondo como si estuviera en el salón de casa que se unía al cantante para los coros. Todo un miembro multiusos que aportó cierto desenfado al conjunto. Los pobres a veces parecían demasiado sositos, vamos, que uno no se los llevaría de fiesta, vaya.

Pero sin duda uno de los momentazos de la noche fue cuando el batería dio un paso al frente para lanzar un arrebatador soliloquio musicado llamado “Now You Are Pregnant” con una letra sencillamente deslumbrante en la que mezclaban a Johnny Cash con resentimiento profundo hacia ex novias, sus acompañantes y estrofas tan lapidarias como aquella que dice: “No necesito terapia, porque tengo cigarrillos”. Ni Morrissey hubiera hilado tan fino, una agradable chaladura que nos ganó de inmediato para su causa.


Las leyendas del pub rock británico Dr. Feelgood constituyen una referencia indisoluble a su sonido y a colación del reciente EP dedicado a la figura de Wilko Johnson rescataron el tema homónimo “Canvey Island Baby”. Siguieron con la épica de garito en “Chestnut”, donde casi se puede sentir el ambiente humeante de madrugada, y en “Bamboo Dinner In The Rain” volvieron a desplegar solos blueseros, de esos con los que una chica situada al lado del escenario vibraba en cada nota. Ya lo hemos dicho, el verdadero fiestón de la velada estaba en un lateral de la sala.

Poco después, los inglesitos se arrancaron con una confesión, necesitaban un “hit”, y por su afabilidad uno pensó que podría adoptarlos en cualquier momento y hacer un poco como los ángeles que andan entre los vivos que protagonizan ‘El cielo sobre Berlín’, pasarles la mano por el hombro y decirles: “Tranquilos, chicos, ya os llegará la oportunidad, no desesperéis”. Su faceta desgraciada a lo The Smiths retornó con una soberbia “Tiny Craters In The Sand” que cristalizó en un solo de batería aplaudido hasta la saciedad.


Los bises no tardaron en llegar con “Sleepy Eye”, que el voceras Tattersall afirmó haber compuesto con 15 años, antes de un cierre muy coral con “Like Smoke” que desagradó infinitamente a nuestra compi de conciertos. Y la verdad es que eso de hacernos cantar a estas alturas estaba un poco fuera de lugar, no eran horas, aparte de que alargaron la pieza hasta lo indecible, pero nos quedaremos con la simpática imagen del colega fumado de las percusiones entonando con cerveza en mano. Ahí se palpaba felicidad.

Había tantos repertorios posibles como los casi veinte discos de estudio que atesoran y, según nos comentaron posteriormente, a algunos no les convenció su tono excesivamente relajado. Pero, ¿qué quieren? Era un día entre semana, tampoco apetecía desenfrenar como si no hubiera un mañana. Tocaba tumbarse en el diván y entregarse a una terapia de cigarrillos. Freud estaba equivocado.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA



jueves, 26 de enero de 2017

THE RUBINOOS: UN ANIMADO PATIO DE RECREO



Sala Moby Dick, Madrid

El primer concierto es algo que perdura irremediablemente en la memoria. Da igual que no sea memorable o que uno no se acuerde de mucho por coquetear con ciertas sustancias. Lo importante es el frenesí del momento y esa sensación de estar descubriendo un mundo nuevo, un abanico lleno de posibilidades que marcarán el devenir personal de los próximos años o décadas. ¡Quién iba a imaginar que aquello existía o que pudiera resultar tan adictivo!

Muchos de los chavales que acudieron aquel domingo al mediodía a ver a The Rubinoos en la madrileña sala Moby Dick probablemente hayan marcado a fuego esa jornada en su memoria, pese a que quizás no entendieran entonces demasiado aquel jolgorio montado por unos vejestorios que superaban incluso la edad de sus padres. Unos progenitores que a veces parecían fuera de sí y provocarían la vergüenza ajena con bailes más desfasados que el chotis. No sería extraño observar a niños negar con la cabeza mientras observaban escenas tan dantescas.


Pero el universo de los californianos es muy fácil que conecte con el respetable juvenil y hasta infantil con sus almibarados estribillos power pop o sus letras sobre bicicletas con asientos en forma de plátano y cuitas adolescentes. No en vano la banda se formó durante uno de esos típicos bailes de graduación norteamericanos y al escuchar su música no resulta complicado imaginarse a jovenzuelos con impolutos trajes con pajarita y chicas con vestidos verdes, rosas o cualquier otro estrambótico color.

Habían tocado en la noctívaga sala Wurlitzer la noche anterior, pero The Rubinoos se lo suelen montar tan bien en directo que a buen seguro muchos desafiarían a la resaca dominguera y repetirían como campeones. Colgaron el cartel de entradas agotadas un pleno mediodía, pero por el ambientazo que se respiró podría ser tranquilamente un sábado a la noche. Los niños, eso sí, coparon las primeras filas y en ocasiones costó contenerles para que no invadieran el escenario, ni los fans más furibundos.


El simpático cantante Jon Rubin se ganó de inmediato a los pequeños y a los mayores con su castellano bastante solvente para un guiri y anunció “un homenaje a Metallica” con una chaladura que fundía el “Enter Sandman” de los cuatro hombres de negro con el clásico du dúa “Mr. Sandman”. Se pusieron ya serios con “You Hit The Nerve”, claro ejemplo de perfección power pop con unos coros que sonaban tan compenetrados que casi parecían de otra dimensión.

Con un repertorio amable que buscaba el dinamismo, intercalaron la BSO de ‘El Bueno, el Feo y el Malo’ y emularon el ambiente grandilocuente de Morricone antes de clavar una estaca en el corazón de los asistentes con su hit “I Wanna Be Your Boyfriend”, ese por el que demandaron a Avril Lavigne por plagio en su tema “Girlfriend”. Bromearon acerca de la edad del personal al admitir que se trataba de un concierto diferente ya que había gente de “menos de sesenta años”


En “You Are Here” cedieron el testigo a las voces a su bajista Al Chang, que entonó con pasmosa solvencia y retomaron de nuevo la nostalgia adolescente en “Hey Rita”. Y en “Countdown To Love” la peña se contagió de su ritmo garajero y punteos salvajes a la vieja usanza. Alguno hasta gritó “Rock and Roll Is Dead”, en alusión a su popular himno, que ya tocaba, pero ellos negaron de inmediato con la cabeza con cierta sorna.

 La siguiente propuesta sí que fue aceptada. “¡Tocar una de los Ramones!”, repetía cada dos por tres un chaval casi desde que empezó el recital. Dicho y hecho. Ahí se arrancaron con un “Sheena Is A Punk Rocker” capaz de despeinar a varios hipsters modernos, quizás hoy en día cualquiera pueda tocar versiones de ellos, pero fijo que pocos con tanta solvencia como The Rubinoos, respetando la melodía y la velocidad original y llevándola a su terreno.


Hablaron del du dúa antes de marcarse una breve pieza en esta onda, sin instrumentos, todo a viva voz, desde luego ya hay que tener habilidad para intentar emular a The Beach Boys, The Temptations y demás. Y al igual que en The Beatles los cuatro miembros aportaban su granito de arena en el apartado vocal, “Peek-A-Boo” estaba reservada para su batería, que arrancó a la muchedumbre a bailar el twist mientras sus compis evocaban el “Day Tripper” de los Fab Four en los punteos.

“Stringray” fue anunciada como un tributo a la bicicleta del guitarrista y preguntaron a los niños si tenían bici antes de fundirse en una instrumental con coreografías a lo Straitjackets y estampas impagables levantando mástiles. A un servidor le sobró por completo la pachanga para viejales de “Sugar, Sugar” de The Archies, pero hemos de admitir que se la curraron muy bien, daba gustazo escuchar sus coros, voces y punteos niquelados al extremo, rodado con una precisión encomiable, esto sí que eran tablas sobre el escenario.


Rescataron su último trabajo en estudio en “Run Mascara Run” y agradecieron a los padres por llevar a los niños al bolo antes de que alguien puntualizara: “¡Y los padrinos y madrinas también!”. Y como si se tratara de la introducción a ‘Star Wars’, recordaron que “hace muchos años, en una galaxia muy lejana, esta canción fue nuestro primer éxito”. Se referían por supuesto a “I Think We’re Alone Now” de Tommy James & The Shondells, con el entusiasmo desbocado de los mayores mientras los pequeños miraban como diciendo “¿Qué cantarán estos chalados?”.

Con los ánimos de la concurrencia por las nubes, era obligado retornar para los bises y volvieron a demostrar su predilección por el surf instrumental antes de sacar a relucir su declaración de principios “Rock and Roll Is Dead” y derrochar actitud a raudales con su guitarrista tirándose por el suelo y dándose golpes en la cabeza. Épico.

Por muy atractiva que pueda ser la música triste o melancólica, a veces es necesario poner un poco de luminosidad en la vida. Y nada mejor que adentrarse en este animado patio de recreo que proponen los californianos con melodías que se te pegan cual chicle en el zapato y esos dramas adolescentes que la mayoría habrán experimentado como si el mundo se cayera encima. Pero de todo se sale, lo que perduran son las sensaciones.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA













martes, 24 de enero de 2017

ODIO PARÍS: CONJURO AL ROMANTICISMO



Café La Palma, Madrid

El shoegaze no es un género que goce de demasiado predicamento en nuestro país. Ya lo hemos mencionado en repetidas ocasiones, años y años de atraso cultural no pueden salir gratis. La mayoría suelen asimilar dicho estilo al indie vulgar y corriente tan en boga en festivales veraniegos y demás que en realidad debería llamarse pop a secas porque de alternativo tiene más bien poco. Se ha estandarizado tanto el culto a tres o cuatro nombres que a menudo se confunde una parte con el todo y parece que no existe vida más allá de Vetusta Morla o Love of Lesbian.

Pese a que no contemos con figuras de tanto relumbrón como Slowdive o My Bloody Valentine, lo cierto es que en la península existe una escena underground que rinde pleitesía a los océanos de ruido y a las voces etéreas. Uno de los ejemplos más claros serían los catalanes Odio París, con un soberbio debut que un servidor pondría sin dudarlo entre los clásicos del género patrio y una reválida llamada ‘Cenizas y Flores’ que sin llegar a la genialidad antes mencionada mantiene el nivel con bastante dignidad.


Como hemos dicho, dado el carácter minoritario de esta propuesta, no esperábamos ni por un casual que lograran agotar por completo el papel en su visita madrileña y abarrotaran el Café La Palma en la parada más importante de su gira peninsular. Un precedente que certifica su potencial en las distancias cortas y que los convierte en un nombre a tener muy en cuenta en el nuevo milenio, a partir de aquí solo pueden ir hacia arriba.

Les acompañaron en su cita en el foro Somos La Herencia, otro combo prometedor que ya habíamos catado anteriormente junto a The KVB y nos conquistó su ambiente hipnótico y post punk con cierto aire al de los valencianos Antiguo Régimen. En aquella ocasión nos llamó mucho la atención el acompañamiento audiovisual, que esta vez no lució demasiado al no contar el garito con pantallas de proyección en condiciones, pero nos volvió a engatusar su personal sonido que combinaba batería electrónica y orgánica, un teclado embriagante y un cantante con movimientos de manos a lo Ian Curtis. Mantras para conjurar el cuelgue colectivo.

Los embriagantes Somos La Herencia.
 En el shoegaze lo suyo es crear un muro sónico y que la voz se confunda entre la restante maraña de instrumentos, si uno entiende la letra a la perfección, algo se está haciendo mal, no en vano, uno de los habituales reproches que se solía hacer a Los Planetas en directo, por ejemplo, es que la voz de Jota
no se distinguía lo más mínimo. A Odio París los han comparado con los granadinos hasta la extenuación, pero a pesar de compartir influencias similares, lo suyo es otro rollo.

Para empezar, no hay ni rastro del legado flamenco de los anteriores, fiel al carácter cosmopolita de la ciudad condal, sus referentes más inmediatos parecen situarse en las Islas Británicas, aunque en su último álbum prevalezca el lado luminoso frente a la melancolía intrínseca de Albión. De esta forma, iniciaron su viaje espacial con ese chute de luz llamado “Camposanto” antes de conjurar al romanticismo muerto en “Uno de noviembre” y pisotear flores cuyo destinatario seguramente no las merecía, ese regodearse en la miseria que The Smiths tan acertadamente supieron elevar a lo más alto del pódium de la música.


“Ya no existes” y “San Antonio” contribuyeron a reforzar esa muralla de ruido deudor de The Jesus & Mary Chain, que contaba con un impresionante arsenal de pedales como aliado. Y en “El Último Deshielo” volvieron a sacar el tema de las cuitas sentimentales, su predilecto, o cómo desprenderse con resquemor de gente que en realidad no vale un pimiento. Un afán por las penurias que no han ocultado en ningún momento, de hecho, en alguna entrevista han confesado su incapacidad para componer piezas alegres. Ahí discrepan por completo de Paul McCartney y su intención de llenar el mundo de canciones de amor.

A veces empero la luz consigue abrirse paso y brillar con la intensidad de los The Cure de “Friday I’m In Love”, caso de “Ahora sabes”. Y en “Arder y Adiós” hasta un grupillo se animó a saltar y montar bulla. Lo cierto es que el personal anduvo un tanto parado, aunque en este estilo uno tampoco puede esperar efusividad a borbotones, suponemos que tampoco incitaría a moverse el gélido aire acondicionado del lugar, que los músicos pidieron bajar en repetidas ocasiones.


Por muy sepultadas que se encuentren, uno de los elementos clave del shoegaze son las voces y en este aspecto los dos vocalistas se complementaron a la perfección, con la inestimable ayuda a los coros del bajista, que otorgó matices inapreciables en estudio, de lo mejor del concierto. El parecido de uno de los cantantes con el inefable humorista Eugenio propició que de vez en cuando desde el respetable gritaran “¡Unos chistes!”. Toda una ironía si a uno le daba por escuchar esas letras tan cargadas de positividad.

“En junio” les situó de nuevo en órbita “planetaria” y para el final dejaron su faceta más post punk reflejada en “Cuando nadie pone un disco”, un poema de Pedro Casariego con bastantes visos de himno que en directo verdaderamente atruena. El aire lánguido de “Geometría Coaxial” fue su manera de cerrar el círculo antes de fundirse en acoples como manda la tradición shoegaze.


Nos descolocó un tanto que no hubiera bises, pese a que en este género tampoco es que se estilen mucho, y echamos en falta algo más de distorsión para enterrar las voces todavía a más profundidad, pero nos agradó su rotundo conjuro al romanticismo, a lo “cuqui” y a los bien pensantes que obligan al resto a vivir en un país de osos amorosos. Esa es la actitud, estos son de los que rompen escaparates en San Valentín.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


jueves, 19 de enero de 2017

WAS: NOSTALGIA POR LAS PISTAS DE BAILE



Kafe Antzokia, Bilbao

Si no siguiéramos presos de ese aldeanismo atávico propio del terruño, probablemente reconoceríamos que la escena indie vasca actual tiene un nivelazo bastante por encima que gran parte de los rincones restantes del globo terráqueo. No es una exageración, basta con echar un vistazo a la trayectoria reciente de bandas como Belako, que parece que no existe ningún festival patrio en el que no hayan tocado, o Rural Zombies, en plena progresión ascendente y que ya no les queda nada para pegar el salto a recintos de mayor tamaño, aparte de ser también otra referencia fundamental en eventos veraniegos al aire libre.

Con una evolución musical tan versátil como sus sucesivos cambios de nombre, WAS surgieron allá por 2002 en el ambiente acomodado de Getxo bajo la denominación de Standard y así permanecieron hasta 2008 cuando pasaron a ser conocidos como We Are Standard debido a que ya existía un grupo estadounidense llamado así. Ya apuntaron maneras desde la primera maqueta, por lo que no tardaron en hacerse un hueco en el panorama gafapastil al aparecer en el prestigioso programa ‘Los directos de Radio 3’ o el no menos importante Festival de Benicàssim, meca absoluta de cualquier indie que se precie.

Deu y Cris de Belako mano a mano.
 Su nuevo lanzamiento ‘Gau Ama’ ha conseguido encaramarse a los primeros lugares de las listas de lo mejor del 2016 de diversas publicaciones del país y ha supuesto un nuevo salto mortal con tirabuzón al fundir tradición y modernidad y demostrar que su abanico musical no conoce límites al evocar lo mismo a New Order o Talking Heads que a luminarias del dance punk contemporáneo como The Rapture o LCD Soundsystem. Quién lo iba a decir en una tierra siempre tan atrasada culturalmente en este aspecto.

Dados semejantes mimbres no era de extrañar que el Kafe Antzokia recibiera a los getxotarras como héroes locales con una sala abarrotada plagada de chicas guapas, peña con camiseta metida por dentro y algunos otros que se saludaban diciendo “All Right”. Calentaron el ambiente unas púberes llamadas Mourn que tenían su gracia con sus vestidos de abuela moderna y que se presentaron con un adorable candor de esos que daban ganas de achucharlas al decir: “Hay mucha gente”. Molaba su rollo alternativo a lo Sonic Youth o Hole hasta el punto de que a veces parecían una versión femenina de Yellow Big Machine e incluso montaron un leve pogo recatado y les pidieron bises. Muy decentes, a pesar de su timidez. A la próxima, que dejen los miedos debajo de la cama.

Las púberes Mourn
Al salir a un escenario hay que creérselo a tope y sentirse el puto amo, un poco como hace Deu de WAS que a veces hasta se permite provocar al respetable por su falta de movimiento y soltar “Estáis tan apretados que no podéis bailar” para añadir a continuación “¿Apretados de qué?”. Bajo una puesta en escena espectacular con haces de luz y esa txalaparta adosada que sazonaba algunos temas, provocaron el subidón con “I Like You As You Are” y “Electric Love” antes de que explosionara su amplia paleta estilística en “The First Girl Who Got a Kiss Without a Please”.

Hubo ecos de Suicide y también New Order a paladas, en especial en “The Shine”, con Deu dándolo todo en las tablas, casi parecía que estaba borracho, aunque un servidor opina que lo que en verdad le colocaba era el directo en sí mismo. Y la peña recibía cada pieza de su nuevo disco como auténticos himnos, prueba definitiva de su vocación de perdurar en el tiempo. Si encima ya enlazan con el eterno “Heroes” de David Bowie, que Deu defendió con una solvencia encomiable, mientras volaban papelitos plateados, pues aquello puede ser el delirio. Muy finos anduvieron ahí al recordar al Duque Blanco a escasos días del aniversario de su fallecimiento.


Otra sorpresa llegó de la mano de Cris de Belako, que colabora en el álbum en “Until It Melts” y no se quiso perder la oportunidad de repetir en las distancias cortas la magia que se destila en estudio. Fue sin duda uno de los momentos clave de la velada, con un soberbio mano a mano vocal en el que volvimos a pensar en New Order y en su época del ‘Get Ready’ o ‘Waiting for the Sirens’ Call’. Enorme.

“The Last Time”, con su ritmillo funk y evocaciones a Depeche Mode, terminó de mover a los reticentes, si es que quedaba todavía alguno a esas alturas del show. Era tan impresionante el ambiente de fiestón absoluto que reinaba en la sala que descolocó a la mayoría cuando desaparecieron de repente y los bises se exigieron a grito pelado. 


No se hicieron de rogar, pero Deu espoleó al personal diciendo “Volvemos a salir y ni aplaudís. ¿La confianza?”. Acto seguido dedicaron “The Good Ones” a “todos los que les gustan los Beatles” y así certificar el inmenso bagaje musical que les caracteriza, se nota que han escuchado muchos discos. Y no podría faltar “Irrintzi”, el tema bandera de ‘Gau Ama’ que ejemplifica como pocos ese peculiar maridaje entre tradición y modernidad, tan insólito como encontrarse a Peter Hook tomándose unos “txikitos” por el Casco Viejo.

Acabaron apelando a la hermandad y al puestazo colectivo en “Can I Count On You”, donde Deu se lanzó en volandas a la muchedumbre y así ser consecuente con la colisión de cuerpos sudorosos que propone la canción. Grandioso. El epílogo perfecto.


Una apabullante rave rural repleta de toneladas de buen rollo que te daban ganas de prolongar la farra hasta el amanecer. Espíritu hedonista y ochentero a borbotones, merecen petar cualquier recinto que pisen. Pura nostalgia por las pistas de baile.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA