lunes, 30 de octubre de 2017

ENTREVISTA HOLYGRAM: “Espero comprobar que todos los rumores sobre el público español son ciertos”



A medio camino entre el post punk, el shoegaze y el krautrock estos oriundos de Colonia (Alemania) ya dejaron gratas sensaciones en los que tuvieran la suerte de acercarse hasta el Amphi Festival el pasado verano. En su breve trayectoria ya han conseguido telonear a leyendas ochenteras del calibre de OMD o a figuras clave del dark wave contemporáneo como She Past Away. A pocos días de que recalen en la península el vocalista PATRICK BLÜMEL responde a las preguntas de ALFREDO VILLAESCUSA.

Lleváis relativamente poco tiempo en el mundo musical, ¿cómo fueron vuestros inicios?
“Empecé la banda en 2015 con el bajista Bennett. Después de componer y grabar nuestras primeras canciones en maqueta, enseguida nos dimos cuenta de que necesitábamos una banda al completo para actuar en directo adecuadamente, así que Marius se incorporó a la guitarra, Pilo a los sintetizadores y Sebastian a la batería, respecto a este último elemento, la cosa fue bastante complicada ya que queríamos un equipo de batería de verdad en el escenario y al mismo tiempo el sonido electrónico de una caja de ritmos Oberheim o Linn, fue un gran desafío, pero al final lo conseguimos. Fue como descubrir algo completamente nuevo, aunque ya había sido hecho por muchos otros antes, se ha convertido en una parte importante del sonido único que intentamos crear con esta banda desde el principio”.
Vuestro EP se ha recibido con bastante entusiasmo dentro de la escena, ¿esperabais algo así?
“Cuando lo colgamos en el bandcamp ni siquiera podíamos imaginar que llegara a ser tal éxito, simplemente queríamos tocar y necesitábamos algo para enseñar a los promotores. Solo un día después ya tuvimos una oferta de la discográfica española Oráculo Records, que aceptamos muy gustosamente, el resto es historia…”


Está agotado vuestro primer material editado también en cassette, ¿crees que todavía existe futuro para este formato en pleno 2017?
“Aparte de ese gran hype sobre los cassettes de los últimos años, queríamos editar nuestro EP en un formato clásico de los 80, nuestra música, de hecho, bebe mucho de esa época, me puedo imaginar a algún chaval escuchando la cinta en el patio de la escuela como yo hacía con mi disco preferido de The Cure, ya sé que es más probable que tenga un Smartphone con la nueva canción de Taylor Swift o lo que esté a la moda hoy en día, pero sigo soñando…La edición en este formato era también una manera sencilla para nosotros de poseer algo físico sin el respaldo de una gran discográfica, un amigo nuestro se encargó de grabar él solo todas las cintas, a mí me encanta todo el ritual de sacar una cinta de su carcasa, es un poco de nostalgia”.
Habéis sacado incluso remixes de vuestro debut, ¿por qué?
“Queríamos entregar las canciones a otras personas para que las imaginaran a su manera y les dieran un enfoque diferente. Es algo con mucha tradición en el mundo de la música, yo me acuerdo de comprar un montón de maxi-singles en los noventa y siempre había algunos remixes por ahí, algunos mejor que la versión original, otros auténtica basura, es un riesgo entregar los temas a alguien que podría no entenderlos y profanarlos, creo que en nuestro caso salió bien la cosa”.
Desde “Hideaway” uno se da cuenta de que The Cure son una influencia muy importante, ¿es así?
“Sí, fueron una inspiración muy grande al componer y grabar las canciones, escuchamos mucho el álbum ‘Pornography’ y la manera en que fue producido, es un trabajo excepcional, al igual que la banda, quizás sean el grupo más importante para mí”. 


 ¿Has llegado a conocer a Robert Smith? ¿Te gustaría colaborar con él?
“He estado en bastantes conciertos de The Cure, pero nunca he conocido a Robert Smith personalmente. Imagino que sería algo muy raro, pero si tuviéramos la oportunidad de tocar juntos no diría que no. Quizás parezca extraño, pero siempre me he sentido más unido a Simon Gallup, es mi bajista preferido, sin ofender a Peter Hook”.
En vuestro EP también existe una atmósfera shoegaze cercana a la de A Place To Bury Strangers…
“Sí, eso es gracias a nuestro guitarrista Marius. Me acuerdo que A Place To Bury Strangers jugaron un papel importante al grabar “Distant Light”, todas las guitarras con feedback esférico y a veces brutal están inspiradas en su sonido. Tocamos recientemente con Slowdive en un festival alemán y fue un show impresionante, muy poderoso y épico”.
“Daria” se aproximaría más a la cold wave francesa, podría incluso ser una canción de Asylum Party, ¿qué opinas?
“Para serte sincero, no conozco Asylum Party, acabo de escuchar su disco ‘Borderline’, gracias You Tube (risas), y creo que sé lo que quieres decir. Francia tiene una escena de cold wave única y nos gustan grupos contemporáneos como Blind Delon, Cold Colors o Rendez-Vous, quizás se nos contagió algo de ellos”.
¿Cuándo daréis el salto al larga duración?
“Ahora mismo estamos trabajando en nuevo material, por lo que editaremos el álbum completo en algún momento del 2018, seguirá la senda de nuestro EP, pero introducirá algunas facetas de la banda que hasta ahora solo hemos podido mostrar en nuestros conciertos”.
Os vi en el festival Amphi y creo que vuestros recitales capturan todo aquello que se puede escuchar en estudio…
“Sí, me encanta tocar en directo y creo que ahí reside la verdadera fuerza de Holygram, a veces pierdo el sentido del tiempo y el espacio durante los conciertos y no me puedo acordar de nada después, es una experiencia que te puede transformar en otra persona completamente distinta, algo esquizofrénico”. 


Vais a girar por la península en pocos días, ¿qué podemos esperar?
“Estamos muy emocionados con el concierto junto a The Telescopes en Madrid, que coincidirá además con nuestra primera visita a España. He escuchado muchas cosas sobre el público de allí y espero comprobar que todos esos rumores son ciertos”.
Tu pose en directo con las gafas de sol recuerda un tanto a la de Ian McCulloch de Echo & The Bunnymen…
“Es un gran intérprete, me encantan Echo & The Bunnymen, aunque los descubrí bastante tarde porque siempre sonaron muy diferentes a The Cure, que era la banda a la que más escuchaba durante mi juventud. Para mí entonces quizás eran demasiado felices o tenían demasiado rock n’ roll en sus canciones. Pasé por una época en la que escuché mucha música de los 60, muchos de esos grupos que empiezan por “The”, ahora me encantan todavía más The Bunnymen”.
Por último, ¿os gustan las versiones? ¿Os atreveríais con algo de The Cure?
“Solemos hablar de vez en cuando de hacer alguna versión, pero no hay ningún plan definitivo todavía. Yo preferiría hacer algo inesperado tipo un tema de los 60 o un clásico dance de los 90, hoy he escuchado por casualidad a Ace of Base y creo que hay algo de potencial por ahí. Piensa también en Molly Nilsson, ha conseguido dominar ese sonido específico de los noventa y a la vez sonar a pleno 2017, me encanta su música, quizás deberíamos hacer una versión suya”.


lunes, 23 de octubre de 2017

SWANS: UNA SINFONÍA DE EXQUISITO RUIDO



Kafe Antzokia, Bilbao

Hay experiencias extremas que nos pueden marcar de por vida e incluso modificar nuestra conducta en aspectos que antes considerábamos triviales. En el mundo religioso dicho fenómeno recibe el nombre de revelación o epifanía, esos momentos en los que una deidad se manifiesta de alguna manera y los profetas lo interpretan como una señal de la presencia divina. La mítica luz al final del túnel sería uno de los ejemplos más recurrentes, aunque también existen otros más terrenales, como la famosa magdalena de Proust o todo ese incesante flujo de conciencia experimentado por Mrs.Dalloway ante los preparativos de una fiesta en la novela del mismo título de Virginia Woolf.  

Y otro de los eventos que curten sin duda en la trayectoria de cualquier melómano es acudir a un concierto de Swans, caracterizados por un volumen realmente ensordecedor que supera con holgura los límites de lo soportable, una bola de ruido no apta para melifluos y temerosos de espíritu, un manifiesto nihilista definitivo que podría convertirse en la banda sonora del Apocalipsis. Porque el efecto se asemeja al de una bomba explotando en tu cerebro y con una onda expansiva que se siente quizás durante días. A muchos grupos les gusta fanfarronear de lo chirriantes que son sus bolos y demás, pero sin temor a equivocarnos podemos afirmar que nada ni siquiera se acerca al tormento que nos infligen Michael Gira y los suyos cada noche.


Como si allí se previera la llegada de un huracán, el personal de la sala ya andaba preparado con los preceptivos tapones y cuentan que en la prueba de sonido se contemplaron caras de auténtico pavor ante lo que se venía encima. La leyenda de sus avasalladores directos alcanza tal punto que hasta dicen que antaño prohibían utilizar el aire acondicionado para que así el suplicio fuera mayor. De hecho, en su anterior visita al Kafe Antzokia explosionó un vaso situado sobre un bafle, hecho constatado en primera persona por un servidor.

Con el recinto a reventar de acólitos y algunos curiosos que no tenían claro lo que iban a presenciar, la bucólica cantautora y transformista Baby Dee supuso la calma antes de la tormenta con un descomunal arsenal de muecas e histrionismos que en ocasiones provocaban la risa. Su propuesta neofolk de corte indie e ínfulas cabareteras tal vez resultara demasiado profunda para una cita en la que predominarían los sentimientos más primarios. Un circo fantasmagórico que exigía silencio absoluto y que entroncaba al 100% con el término inglés “creepy”, pues aquella señora parecía sacada de una novela de Dickens o una peli de Tim Burton. Aquello era muy raro, pero hasta los fotógrafos escuchaban cual querubines y hubo incluso una suerte de Tejero concertil que rompió la atmósfera con su “¡Callaos, hostia!”. Para un funeral en el campo.


Lo de Swans en directo tiene mucho de ceremonial, de eucaristía con los fieles y para que la experiencia se torne plena, hay que sumergirse de lleno en el culto, como algunos hicieron desde que cayera la tela de araña con “The Knot”, una suerte de amalgama de “No Words/ No Thoughts” de casi una hora de duración con tantas vueltas de tuerca que parece material completamente nuevo. Una auténtica prueba de fuego para neófitos que podría hacer desaparecer a una parte del personal por sus riffs retumbantes que se te meten hasta las entrañas y esa voz mesiánica con cara de mala leche. Un tipo que dicen que odia el headbanging y que acostumbra a abroncar a los espectadores que se atreven a teclear o consultar el móvil durante semejante acto de comunión absoluta.

No hay que engañarse, aquí deberían prohibir la entrada a cualquier cotorra de esas que se coloca en las primeras filas para que todo el mundo escuche su intrascendente conversación, e incluso sería lícito amenazar a los seres incívicos con bates de béisbol si no cesan en su molesta actitud. Ya comprobamos durante los teloneros que había en el recinto verdaderos entusiastas del silencio, gente rara que cuando va a los conciertos solo le interesa lo que sucede encima del escenario.


Michael Gira comandaba a sus subalternos como si fuera un director de orquesta, incitándoles a subir la intensidad o bajar la graduación, e incluso se advirtió su gesto molesto en alguna ocasión por algún acople inesperado. La masa de ruido podría desbordarse en determinados momentos, pero no era en absoluto un caos descontrolado, sino algo metódico en su aparente locura, un big bang planeado.

Y mientras el Amado Líder se elevaba y entraba en trance que ni el Reverendo Edwards de Wovenhand, otros pensaban que aquel era el instante propicio para inmortalizarse en un selfie, repugnancia extrema. Las fotos tampoco le debían gustar demasiado al señor, pues en cuanto se cansaba del rollo mandaba alejarse a los fotógrafos con las manos, y según nos relataron, tampoco duda en propinar puntapiés a los que se atreven a acercarse demasiado. Genial. Ponga un Michael Gira en su vida.


Algunos hipnotizados no dudaban en reproducir los movimientos del profeta y otros se sentaban en las escaleras mientras cabeceaban compulsivamente cual presa de una posesión demoníaca, la música de Swans podía provocar efectos similares al peyote. El recinto se había transformado en un ejército de zombies abducidos y daba la sensación de que si descubrían a alguien diferente que no fuera de los suyos emitirían un chillido agudo como las criaturas de ‘La Invasión de los Ultracuerpos’.

“The Glowing Man” retumbó con furia punk al tiempo que evocaba desastres naturales o las últimas horas de algún ser vivo, una interpretación intensa como certifican sus casi 30 minutos en estudio y que sirvió de prolongado canto de cisne antes de despedirse con una leve sonrisa de satisfacción. Gira levantó las manos varias veces cual chamán extirpando a su audiencia de impurezas antes de emitir un “God Bless You”, que se transformó en uno de los pocos testimonios de que pertenecía a este mundo y realmente hablaba.

Una sinfonía de exquisito ruido para alcanzar el nirvana u otro estado mental elevado que hay que pillar con ganas porque de lo contrario podrías abandonar el recinto negando con la cabeza, como si aquello en realidad no estuviera sucediendo. Pero es muy real, tanto como el dolor, una pesadilla para cualquier amante de los sonidos comerciales. Un puñetazo frente a lo establecido.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA

  

viernes, 20 de octubre de 2017

CHELSEA: COMO LOS BUENOS



Satélite T, Bilbao

Lo bueno que trajo el advenimiento del punk fue el elogio a la inmediatez constante y que se pudiera mandar a cascarla sin que a uno le mirasen mal a todos esos ombliguistas encantados de haberse conocido que no dejaban de masturbar mástiles y aburrir con sus soberanos peñazos para virtuosos. Aquello de menos es más se convirtió en una verdad como un templo de grande y una máxima imprescindible que despojaría al panorama musical de esas irrefrenables ganas de marear la perdiz que alcanzaron su cenit a mediados de los sesenta.

Pertenecientes a la primera oleada del punk, los londinenses Chelsea se enorgullecían tanto de su lugar de procedencia y de sus orígenes de clase obrera que decidieron llamarse como un popular barrio bohemio de su ciudad en el que llegaron a vivir miembros de The Beatles o The Rolling Stones y al final se convirtió en una zona de exclusivos pudientes y una de las mayores concentraciones de famosos por metro cuadrado del planeta. Fue además uno de los epicentros de la movida del imperdible surgida a finales de los setenta, lo cual no desentonaba con su tradición de residentes librepensadores, no en vano por esos lares Oscar Wilde escribió ‘La importancia de llamarse Ernesto’ y Mary Quant diseñó la primera minifalda.


Por muchos bailes de formación y temporadas en el dique seco que hayan soportado, pocas bandas pueden presumir de haber superado las cuatro décadas desde que en 1976 un tal Gene October pusiera un anuncio en Melody Maker y le respondieran unos tipos que más tarde formarían Generation X, entre ellos un tal William Broad que más tarde sería conocido como Billy Idol. Y en todo este tiempo no se les han quitado las ganas de seguir aportando su granito de arena al panorama publicando el pasado junio ‘Mission Impossible’ y embarcándose en una nueva gira a sus años. Con un par.

Eso en la teoría porque en la práctica tampoco puede decirse que Chelsea se dejen la piel sobre el escenario. Vale que el Satélite T no anduviera a reventar de peña aquella noche, pero no nos cansaremos de repetir que es en tales trances donde sobresalen los músicos de verdad de los vulgares funcionarios. Con pintas de quinquis veteranos, los míticos punks no bucearon demasiado en su catálogo al recurrir de primeras a clásicos de su debut o su segundo disco como “Twelve Men”, “How Do You Know” o “I’m On Fire”. Había que celebrar el aniversario.


Oficiaron a piñón fijo con temas a toda pastilla que casi se atropellaban unos con otros y demostraron que el punk en realidad era esto y no mierdas patineras. No eran tampoco de los que se enredaban en interminables parrafadas, de hecho, un escueto “Are you all right?” fue quizás el único parlamento que pudimos escuchar antes de un rotundo “War Across The Nation” que ya era suficientemente elocuente por sí mismo.

“No Admission” se antojaba una de las piezas fundamentales en su historia, al igual que “No-One’s Coming Outside”, otro de esos singles que contribuyeron a cimentar la leyenda, de hecho, tenían tantos cortes desperdigados por ahí editados como sencillos que después de su debut tuvieron que sacar una recopilación de todos ellos llamada ‘Alternative Hits’. En esa situación se encontraba asimismo su piedra angular “Urban Kids”, en la que su voceras cedió el micro a la concurrencia, todo un alarde de efusividad en un bolo en el que los gestos de acercamiento podrían contarse con los dedos de una mano. Pero eso tampoco era gran problema, no habíamos ido allí a hacer amigos.


Lo que sí que se tornaba verdaderamente preocupante era que se retiraran para los bises al de unos escasos 40 minutos que no cumplían el expediente por muy punk que uno fuera. Menos mal que tuvieron el detalle de regresar al de poco con su himno obrero “Right To Work”, algo que les pegaba por completo pues por su pinta no sería raro que hubieran trabajado en su juventud en el sector de la construcción. Visto y no visto.

Aquello sabía a poco y hasta el dueño del garito ponía el grito en el cielo con un “¡Esto no puede ser!”. Los tipos no se estiraban mucho, no, así que cuando volvieron de nuevo casi parecía una especie de carta otorgada, y eso que ni siquiera habían alcanzado los sesenta minutos. Nos tuvimos que pirar a toda mecha hacia Radio Moscow, que esos sí empezaban a la hora y no se andaban con tonterías, pero nos contaron que por la presión ambiental no les dejaron marcharse de rositas y para llegar a unos mínimos tuvieron que retornar por enésima vez, no sin ponerse un poco dignos, al igual que cuando un niño no se quiere terminar la comida de un plato. Castigados sin cenar.


Algunos asistentes se tomaban el asunto con una mezcla de indignación y coña marinera y soltaban cosas como “45 minutos los cabrones” y otro respondía sonriendo: “¡Como los buenos!”. Vale que la máxima de menos es más sea ley, pero tampoco hay que pasarse. A la próxima que ofrezcan un repertorio acorde a las leyendas que son. En el Londres de finales de los 70 seguramente no se lo hubieran permitido. Bajo amenaza de lluvia de escupitajos.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA






viernes, 6 de octubre de 2017

RAMONAS: UNA FAMILIA FELIZ



Satélite T, Bilbao

Hay grupos tributos que son muy necesarios. No es lo mismo el saqueo indiscriminado de bandas que siguen en activo y giran con regularidad que el homenaje rendido desde el respeto cuando ya no existen posibilidades de contemplar bolos de ese combo en directo o las oportunidades para ello se tornan muy escasas. Ejercerían algo así como una labor de recuperación de la memoria histórica, recordar al mundo que una vez rompieron la pana en las distancias cortas y desgraciadamente aquello no se volverá a repetir.

Eso es lo que sucede con los innumerables tributos a los Ramones, ocasiones únicas de cantar a pleno pulmón piezas inmortales e impedir que caiga en el olvido el descomunal legado de los neoyorquinos. Y tenemos tal proliferación de agradecidos fans dispuestos a coger los instrumentos que han surgido hasta diversas categorías, como los que se centran solamente en su seminal obra ‘It’s Alive’, según hacían los ya míticos Gramones vitorianos, o las británicas Ramonas, que otorgan la perspectiva femenina al espíritu de 1976 con shows fugaces de una hora en los que casi no paran ni para respirar. A la vieja usanza.


Y lo cierto es que Ramones gustan mucho a las chicas, pocas hemos conocido a las que no les molen, quizás por eso sus camisetas ya se venden hasta en las tiendas de moda, en ocasión hasta vimos a un grupo de féminas ataviadas con prendas rosas de la banda como si fuera una despedida de soltera. Un hecho que provoca a veces malentendidos como los que describían Airbag, otros discípulos aventajados de los de Queens, en su tema “Ahí viene la decepción”.

Con el calentamiento previo proporcionado por la pinchada de temazos del calibre del “Teenage Kicks” de The Undertones, andábamos ya de sobra con el pico fino para recibir a Ramonas, que prendieron de inmediato la mecha con “Rockaway Beach”, “Teenage Lobotomy” y “Glad To See You Go”, una triada suficiente para quedarse afónico. Y siguieron levantando el pabellón al máximo con el romanticismo freak “You’re Gonna Kill That Girl” y el nihilismo desaforado de “I Don’t Care”. Por algo decían que sus canciones eran las que más contenían las palabras “I Don’t”. Nunca querían hacer nada.


Podrá parecer que interpretar el repertorio de los Ramones es de una simpleza asombrosa, pero nada más lejos de la realidad cuando de lo que se trata es de capturar el mismo espíritu de los neoyorquinos, que se cascaban bolos sin apenas hablar y atropellando himno tras himno a un ritmo apabullante. Y eso estas inglesitas lo clavan al milímetro, con una encomiable capacidad de aguante y una solidez que ya les gustaría a bastantes pandas de versioneros, respeto pero sin que aquello sea una fotocopia total.

En este tipo de bolos los niños no están vetados, suelen andar desperdigados por ahí, quizás por eso a la vocalista en “Sheena Is A Punk Rocker” se le despertó el instinto maternal y quiso llamar la atención señalando a la hija de una madre punk, que contemplaba en primera fila impertérrita el espectáculo. Los temazos caían cual bloques de cemento ante los que era imposible abstraerse, caso de “Havana Affair”, “Commando” o “The KKK Took My Baby Away”, una de nuestras preferidas que les quedó niquelada, y encima la bajista tenía un aire así en plan Joan Jett. ¿Qué más se puede pedir?


La histriónica “Surfin’ Bird” supone un revulsivo en casi cualquier situación para que la peña se descoyunte. No lo hemos mencionado, pero el ambiente era inmejorable, la parte en la que estábamos nosotros parecía el sector femenino, pues estaba petado de hembras bailongas a las que no les hacía falta mucho para contonearse. Una impepinable “Cretin Hop” se tornaba una excusa más que suficiente, del mismo modo que “Listen To My Heart” o la playera “California Sun”.

Volvían las ganas de prender fuego al mundo con “I Don’t Wanna Walk Around With You” y el grito de guerra “Pinhead” era la excusa perfecta para sacar el cartel de ‘Rabba Rabba Hey’ y reivindicar de esta manera esas sesiones dominicales que se han convertido en una consolidada realidad en el botxo, quién lo iba a decir hace unos años…Pero todavía quedaba artillería pesada con “Today Your Love, Tomorrow The World”, que desató pogos, al igual que “Judy Is A Punk” o “Suzy Is A Headbanger”.


Y “Let’s Dance” es otra de esas piezas que vale para desperezar en todo momento, antes de recordar el debut de Joey Ramone y compañía en “53rd & 3rd”, donde la bajista se encargó de la parte cantada por Dee Dee. Podrían pasarse horas rebuscando en el catálogo de Ramones, pero hay piezas que no deberían faltar en ningún tributo como “Now I Wanna Sniff Some Glue” o “We’re A Happy Family”, con la cantante cediendo el micro ante el empuje de los fans a espontáneos o grandes de la escena local como Álvaro Brutus.

Lejos de conformarse con el repertorio ajeno, estas chicas llevan desde el 2016 componiendo material propio y se espera que saquen su debut a finales de año. A modo de muestra de lo que valen por sí mismas, se arrancaron con unas pocas piezas suyas, que a veces se ponían muy tralleras casi hardcore y recordaban a combos punkis con fémina al frente tipo The Distillers. Ahí también prometen.


Regresaron a la Gran Manzana con el himno “I Wanna Be Sedated” o esa locomotora llamada “R.A.M.O.N.E.S.”, que sirve asimismo para contentar a fans de Motörhead. Los ánimos se terminaron de desatar en la fundamental “Blitzkrieg Bop”, en la que por el revuelo hubo hasta que apartarse. La peña chifló de lo lindo y no tardaron en conceder unos bises tan frenéticos como el resto del concierto con un “Somebody Put Something In My Drink” en el que mandaron levantar vasos y un “Beat On The Brat” que retumbó durante un tiempo considerable en la cabeza.

En definitiva, hacen falta todavía más tributos a los Ramones, es imposible  abarcar un legado tan colosal, puesto que si uno se centra en la primera etapa, se deja demasiadas cosas en el tintero. Volvemos a insistir en la necesidad de preservar la memoria histórica musical y nuestro derecho a seguir dejándonos la garganta y formando parte de esa familia feliz que no exige prueba de sangre alguna. Un vínculo más inamovible que cualquier pedazo de tierra.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA